sábado, 5 de marzo de 2016

Capítulo 3 - Un paseo por el calabozo

Estaban jodidos.

Las capuchas sobre sus cabezas les impidieron ver el lugar al que los estaban llevando. Solo sabían que estaba bastante por encima del mar, y era algún tipo de fortaleza.

Lo primero que vieron al quitarles la capucha fue el interior de una celda. Rápidamente descubrieron que todos los efectos mágicos estaban anulados ahí dentro también, por lo que las opciones eran limitadas.

Se pasaron la mayor parte del día encerrados ahí, sin comida ni agua ni nada más que hacer que hablar entre ellos. Afortunadamente las celdas no eran totalmente cerradas por lo que podían verse y conocer algunos de los otros prisioneros. Esto no era muy alentador, porque el aspecto de estos prisioneros daba un adelanto de cosas no muy agradables por venir.

Eventualmente vinieron a buscarlos. Primero se llevaron al capitán, encapuchado y arrastrando los pies. Uno de los presos hizo un gesto de dolor cuando se cerró la puerta metálica por la que se lo llevaron.

Lo llevaron a una habitación contigua. Sintió una pesada puerta cerrarse tras de él, y sintió un cerrojo trancarla por dentro. Lo sentaron bruscamente en una silla y le quitaron la capucha mientras ataban sus manos a una mesa, dándole tiempo a apreciar la situación.

Tenían dos mesas preparadas especialmente para él. La mesa que tenía en frente estaba vacía, salvo por las correas que lo sostenían y otras más con las cuales poder atar a alguien acostado sobre la mesa. Debajo de sus manos habían varias rasgaduras de uñas.
Dirigió su mirada hacia la otra mesa y lo que vio no fue muy alentador. Tenía un montón de utensilios filosos y puntiagudos de distintos tamaños, que variaban desde una diminuta aguja a un hacha de carnicero extremadamente afilada, todos perfectamente organizados y distribuidos, cada uno limpio y afilado.

No pintaba nada bien.

Desafiante hasta el final Naimbroth escupió en la cara del viejo que se encontraba ante él. Un viejo decrépito con un bastón apoyado a su costado.

—Qué incivilizado —dijo, limpiándose con un pañuelo. —Así es como quieres empezar?

Naimbroth permaneció en silencio, decidiendo no presionar su suerte por el momento.

—Frost —dijo el anciano— podrías darme una mano?

Un largo y corpulento brazo se extendió desde detrás de él hasta sostenerle la muñeca firmemente a la mesa, mientras otro enorme brazo lo agarraba por el cuello. Naimbroth estaba totalmente inmobilizado.

—Severard, creo que comenzaremos con el hacha —dijo el anciano.

Un delgado hombre con aire despreocupado apareció entre las sombras, acercándose a la mesa donde se encontraban los utensilios, y con la sonrisa de un niño eligiendo dulces tomo el hacha y se la entregó al anciano, mango primero.

El anciano sonrió mientras la tomaba, mostrando sus encías donde apenas 7 dientes quedaban.

—Veamos cuál de tus dedos extrañarás menos.

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